Hola, soy Lydia
y elegirme fue mi mayor acto de amor propio.
Durante años busqué validación fuera… hasta que entendí que la única aprobación que necesitaba era la mía.
Hoy acompaño a mujeres como tú a reconciliarse con su reflejo, usando el maquillaje como una herramienta para volver a ti misma.
Durante años viví buscando la aprobación de los demás.
Lo hacía en cada decisión, en cada mirada, en cada intento por encajar. Tanto, que dejé de escucharme, apagué mi voz interior y me escondí detrás de una versión de mí que no era real. En ese disfraz, que yo misma me impuse, solo encontré vacío.
Mi necesidad de validación me llevó a tocar fondo: viví una anorexia silenciosa y una profunda depresión. Y aunque parecía tenerlo todo bajo control, por dentro me había perdido.
Fue el amor incondicional de mi abuela el que me sostuvo. Ella siempre vio algo en mí que yo no era capaz de ver. Gracias a su mirada, empecé a reconstruirme. A soltar. A elegir.
Comprendí que la única aceptación que necesitaba… era la mía.
Y en ese momento, comenzó mi camino de vuelta a casa: a mí.
El maquillaje llegó como herramienta, pero se convirtió en puente.
Mi carrera como maquilladora profesional empezó hace más de 18 años.
He tenido el privilegio de acompañar a mujeres en momentos muy significativos de su vida —especialmente en el día de su boda— y he visto cómo muchas, a pesar de amar la cosmética, se sentían frustradas, exigidas, incluso inseguras con su imagen.
Porque nos han enseñado a maquillarnos para gustar. Para tapar. Para cumplir. Pero no nos han enseñado a maquillarnos para vernos con amor.
Ahí entendí que lo que yo quería ofrecer iba más allá del maquillaje. Quería ofrecer un espacio seguro para que otras mujeres pudieran verse como realmente son.
Y sobre todo, para que volvieran a elegirse con ternura, como yo había aprendido a hacerlo.
El día más feliz de mi vida no fue perfecto. Fue auténtico.
Cuando llegó el día de mi boda, tenía claro que quería vivirlo desde un lugar distinto.
No me dejé llevar por expectativas ajenas, ni por lo que “se suponía” que debía hacer. Invité solo a quienes realmente quería a mi lado, disfruté cada decisión, y me reí hasta que no pude más.
Ese día no llevé un disfraz.
Me sentía yo.
Y por eso fue tan feliz.
Hoy, mi propósito es ayudarte a sentir lo mismo.
Quiero que dejes de maquillarte para gustar y empieces a hacerlo para cuidarte. Que transformes tu rutina en un ritual. Que reconectes con tu esencia. Y que cada vez que te mires al espejo, no veas imperfecciones… sino presencia.
No te falta nada. Tu belleza ya está aquí. Solo necesitas mirarte con otros ojos.
Soy Lydia Romero, y si algo me enseñó mi historia es esto:
cuando empiezas a verte con amor, todo empieza a sanar.